Ruiz Miguel, a corazón abierto en Almodóvar del Campo
Junto al no menos carismático comunicador Enrique Romero, ofrecieron todo un torrente de anécdotas, valor y vida
El Teatro Municipal de Almodóvar del Campo vivió anoche la apertura de la XXXIV Semana Cultural que organiza el Club Taurino ‘Almodóvar’, con apoyo del Ayuntamiento y la firma Arenas de San Nicasio, con una velada protagonizada por una leyenda viva, el maestro Francisco Ruiz Miguel, y uno de los comunicadores más carismáticos de la fiesta, Enrique Romero.
Ante un auditorio entregado que disfrutó durante más de dos horas, el encuentro, que pudo seguirse en directo a través de las redes sociales de la entidad de aficionados, transitó entre el recuerdo solemne al diestro y el agradecimiento institucional, hasta las anécdotas más divertidas y una inolvidable lección de toreo, muleta en mano, desde lo alto del escenario.
Intervenciones
Carmelo García
La noche comenzó con las palabras del presidente del Club Taurino ‘Almodóvar’, Carmelo García, quien, como anfitrión, agradeció la asistencia en particular del diputado provincial Carlos Martín de la Leona y ofreció un sentido recuerdo a los socios fallecidos y, en particular, a la joven músico sevillana María del Mar Tristán, integrante y codirectora de la grandiosa Banda de Música del Maestro Tejera, que en las dos ediciones previas puso un magnífico colofón musical a esas respectivas semanas culturales.
Centrado ya en esta primera convocatoria de encuentros, coloquios y charlas, García glosó la monumental carrera de Ruiz Miguel, recordando que la palabra ‘maestro’, en su caso, “se convierte en respeto y admiración”, por cuanto desgranó cifras que lo dicen todo, con sus 1.500 corridas, diez puertas grandes en Madrid o el histórico rabo en Sevilla al miura ‘Gallero’, hazaña que tardó 52 años en ser igualada.
José Lozano
Acto seguido, el alcalde subrayaba la importancia del momento como reflejo de la pasión de Almodóvar del Campo y, desempolvando los anales de la historia taurina de la localidad, recordó las dos únicas actuaciones del diestro en el antiguo coso portátil, la primera en 1983 y la segunda y última al año siguiente, “dos tardes que fueron reflejo de lo que ha sido su carrera, triunfar sobre la adversidad”, sentenció.
José Lozano dedicó también unas cálidas palabras a Enrique Romero, de quien rememoró el “magnífico pregón taurino” que el periodista de Canal Sur ofreció dos años atrás, el primero en la historia almodovareña, donde “no sólo nos hablaste de toros; supiste ver la esencia de nuestro pueblo», afirmó Lozano, recordando cómo Romero glosó el patrimonio, la historia y los personajes ilustres de Almodóvar del Campo.
Ruiz Miguel, sus apasionantes inicios
Tras los saludos iniciales, y antes de sumergirse en su biografía, lanzó una invitación que afianzó su cariño hacia la afición que siguió sus palabras, por cuanto, dijo, “antes de que me muera, quiero invitar al Club Taurino a pasar un día de campo en mi casa, en mi finca. A los aficionados hay que cuidarlos, porque son nuestro patrimonio”.
Enrique Romero, con la habilidad de quien conoce a la perfección a su compañero y amigo, guio al maestro a sus orígenes, ante lo cual Ruiz Miguel, con una naturalidad arrolladora, relató cómo el toreo le salvó de ser un “albañil pésimo”, cuya verdadera chispa, confesó, se encendió no por vocación, sino por aspiraciones de una mejor vida tras estar de niño en la finca del maestro Rafael Ortega.
Espontáneo
Su debut en el albero fue tan audaz como su carrera. Siendo aún un albañil, y sin haber toreado una vaca en su vida, un amigo le retó a tirarse de espontáneo en un festival en Cádiz y con una muleta de 200 pesetas y un único consejo, “tú quédate quieto”, saltó al ruedo desde la barrera.
“Me quedé muy quieto y aquello pasó como un cohete. Le di cuatro pases. No me moví porque me habían dicho que no me moviera. Si no me cogen, todavía estoy allí”, dijo con el tono de buen contado de chascarrillos que impregna su vida. Aquella gesta le costó una detención, pero también fue el presagio de lo que estaba por venirle.
Ganaderías duras
Uno de los aspectos más profundos que abordó fue cuando habló de su consagración con las ganaderías más temidas, Miura, Pablo Romero y, sobre todo, Victorino Martín. Lejos de ser una elección, fue un destino que al principio le amargaba, porque “yo lloraba; veía a toreros que pegaban un sainete y al año siguiente les daban las dos mejores corridas, y yo otra vez con la de Miura”, confesó.
Aceptación
Sin embargo, añadió, su padre le abrió los ojos cuando le dijo “No llores, porque la justicia de Dios llega en carreta, pero llega”, de manera que la revelación definitiva ocurrió en un hotel de Madrid, tras cuajar un sobrero de Villagodio. “En la ducha hice una reflexión. Acepté mi destino: pelear y triunfar con estas corridas. Le dije a mi apoderado: no voy a protestar más, lo único que le pido es que pida un poquito más de dinero”, reconoció.
La lidia de los Victorinos
Y desde ese día en que aceptó su sino, se convirtió en un indiscutible especialista, un récordman con cien corridas de Miura y ochenta y nueve de Victorino, con una técnica de la que hizo gala anoche para el público de una manera práctica, con la clase magistral que Ruiz Miguel, con la ayuda de Enrique Romero haciendo de toro, explicó como lidiar, entre otros, a los victorinos.
Demostró cómo la muleta debía estar siempre plana, “sin pico”, y por delante, para que el toro no viera el cuerpo del torero. “Con un victorino no podías tocar la muleta, tenías que presentarla y tirar de él muy suavito. Como te movieras, eras hombre muerto”.
Admiración de Antonio Ordóñez
La cita estuvo salpicada de anécdotas que reflejan una vida de superación. Recordó su admiración por Antonio Ordóñez, con quien toreó en Arles estando recién corneado y con los puntos puestos. Con una gran franqueza relató asimismo otros dos percances gravísimos.
Percances graves
El primero, en Jaén, donde un toro le alcanzó los dos testículos. “Me dejé los dos huevos colgados en la tabla”, comentó con humor negro para recalcar que, “como un hombre muy tranquilo, me subí al estribo, cogí uno, cogí el otro, me los metí y maté al toro”. El segundo, en Logroño, donde un vitorino le repitió la hazaña y le abrió el pene por la mitad, obligándole a torear dos días después por sustitución.
Comunicador
La última parte del coloquio se centró en su faceta como comunicador, donde junto a Enrique Romero ha formado una pareja icónica en el ente público de la Radio Televisión de Andalucía durante 21 años. “Enrique me ha salvado la vida, me ha puesto en el sitio donde soy feliz”, afirmaba con gratitud.
El turno de preguntas del público cerró la noche con momentos emotivos, como la intervención del querido José Ignacio de la Serna, quien recordó haber visto al maestro torear en 1967 y confesiones incluso de un aficionado que tuvo la osadía de intentar dar unos pases a uno de los toros del maestro, ante lo cual Ruiz Miguel valoró la confidencia y el hecho de que no se hace mal en dejar que la vena taurina pueda satisfacerse.
En definitiva, Almodóvar del Campo fue testigo de una confesión a corazón abierto de un hombre que, como bien resumió Carmelo García al final, combina la grandeza de una figura histórica con una humildad digna de su persona, un torero que vio en este oficio tan ligado al arte y al sentimiento, el destino y la vida misma, a pesar de las cornadas.

